Hoy viernes 2 de febrero, Día Internacional de los Humedales, rescatamos este artículo dedicado a los ríos de Sierra Bermeja, publicado por primera vez en el número 3 de la revista Visión Natural, en marzo de 2021. Su autor, José Antonio Castillo Rodríguez, es doctor en Geografía, presidente del Instituto de Estudios de Ronda y la Serranía, y un gran defensor y conocedor de nuestros espacios naturales.
Situada al suroeste de la provincia de Málaga, Sierra Bermeja pertenece a la zona interna de las Béticas, y se extiende, stricto sensu, desde el puerto de Los Guardas, al norte del pueblo de Casares, hasta las inmediaciones del monte Cascajares (Igualeja), formando un murallón de unos 25 Km, que sirve de límite al Valle del Genal con la costa occidental malagueña.
Se trata de una intrusión magmática inscrita en el Manto Alpujárride, que reaparece en la Sierra Palmitera, en forma de otro espolón que enlaza con el anterior en dirección S-SE, y que constituye el interfluvio de los ríos Guadalmina y Guadaiza. La intrusión aflora al este con dos nuevos episodios: la Sierra Real, al norte de Istán, y la de Alpujata, al este de Ojén. Por último, las peridotitas aparecen de nuevo en algunos afloramientos aledaños al Valle del Guadalhorce. En general, el paisaje presenta espectaculares vallonadas que se abren como abanicos hacia el Mediterráneo y hacia la Tierra del Genal, constituyendo una sucesión de lomas, algo masivas en las alturas, pero con profundos barrancos cuajados de arboledas, o de matorral en las laderas asoladas por los incendios. El paisaje no presenta un aspecto desprovisto de vida como pudiera deducirse de la estructura y composición del roquedo; antes bien, se halla poblado por una cubierta vegetal adaptada a las exigentes condiciones que impone el substrato, con extensos bosques de pinos negrales (Pino pinastri-Querceto cocciferae), con coscoja, madroños, jarales y aulagares, numerosos relictos y especies endémicas de extremada fragilidad ecológica, y un bello abetal de pinsapos sobre las serpentinas de Los Reales (Bunio macucae-Abieteto pinsapionis), único en el planeta. Además, en las orlas gneísicas se desarrollan comunidades zonopotenciales del alcornocal-quejigal, y relictos del robledal, y se han instalado recientemente bosques plagioclimácicos de pinos insignes (Pinus radiata) y plantaciones de castaños (Castanea sativa).
Sobre estas abarrancadas laderas se inscriben los ríos que bajan desde los amplios conos de recepción de las alturas, cuyas divisorias dibujan muy bien esos perfiles acusados que constituyen los afilados interfluvios: las corrientes, numerosas como en las rocas silíceas por la impermeabilidad que acusa la intrusión, forman redes típicamente pinnadas con acodamientos donde se sitúa la corriente aprovechando las líneas de falla, manifestando una alta densidad de drenaje. Por otra parte, la elevada pluviosidad, muchas veces torrencial y siempre por encima de 1000 mm/año, incluso hasta 1500 en las altitudes mejor expuestas, contribuyen a la abundancia de colectores y corrientes, muchas de las cuales tienen la característica de ríos permanentes.
Las surgencias son, sin embargo, de poco caudal, a expensas de los huecos y diaclasas más profundas, con aguas magnésicas y ferruginosas: ello ha propiciado desde antiguo la existencia de balnearios, como los de La Corcha, en el Guadalmansa, los del Duque en la cara norte de Los Reales, y los más famosos de Tolox y Carratraca.
Arroyo de Infierno (Fotografía: Francisco José Vázquez Rojas)
Ríos y arroyos de la vertiente izquierda del Genal
A sotavento del cordal serrano las corrientes desembocan en la orilla izquierda del río Genal. Hay que advertir que no todos los colectores por la izquierda provienen de Sierra Bermeja, stricto sensu, pero sí de su piedemonte de gneises y filitas alpujárrides; sin embargo los hemos incluido por no romper la unidad de vertiente en esta cuenca.
En principio, el río Seco baja por la honda vallonada que se abre entre las peridotitas al este y SE, los gneis, al oeste, y las dolomías al NO, donde confluyen numerosos arroyos que bajan desde Palmitera, o por la izquierda, como el Hondo, que lo hace desde el Puerto del Hoyo. Luego alcanza Igualeja y recibe las aguas de su nacimiento. Cerca de Pujerra, bajo el ameno y sugerente castañar (Castanea sativa) avenan los arroyos de la Hiedra, del Quejigo y Alcapana, estos desde el Jardón, frente al Nacimiento de Júzcar a la derecha, o río de las “Súas”, el verdadero manantial del Genal por su acusada regularidad debido a sus orígenes enteramente kársticos (acuífero del Oreganal).
Antes del giro del río Genal en Alpandeire en sentido NE-SW, avena por la izquierda el arroyo Guadarín, entre los términos de Faraján y Jubrique, que bajando desde el Jardón genera un interesantísimo valle de gran riqueza ambiental, con alcornoques (Quercus suber) y faciaciones de encinas (Quercus rotundifolia) y quejigos (Quercus canariensis). Del Hoyones de Jubrique viene, por último, el arroyo de Rigerta (pensamos que debe ser “reyerta”, pero así aparece en todos los mapas, no siempre con topónimos correctos).
Mas al suroeste, cerca del Puerto del Chaparral y el Canalizo, se genera el Monarda, nombre también de una alcaria beréber desaparecida, donde aún se pueden hallar los restos de acequias de riego, y más abajo, cuando recibe al Genagardúa y Aguzaderas, cambia su nombre por el de Monardilla, que hiende un estrecho valle entre los interfluvios de Hoyones y Benajarón. En sus fondos de vaguada, tras nutridos alcornocales mesomediterráneos (Teucrio baetici Querceto suberis) se recuerdan viejos retazos de huerta, como los que aún subsisten en el valle paralelo al sur, ya en tierras de Genalguacil: hablamos del Estercal, que nace a expensas de los arroyos que se originan en las caras norte y poniente de Los Reales, desde el mismísimo pinsapar a partir de la Garganta del Algarrobo, o del arroyo del Quejigo y la Garganta de la Cueva. El Estercal, convertido luego en Almarchal, genera un hermoso valle en dirección N-S, muy cultivado en una serie de pequeñas vegas escalonadas, objeto de un aprovechamiento agrícola con hábitat disperso entre alcornoques y quejigos. Finalmente, y bajo la cara oeste de Los Reales, los denominados aquí “Gargantas” de la Fuente Santa, que nace en los Baños del Duque, de la Cuesta y de la Majada Madrid, son de aguas más escasas pero bastante permanentes en parte debido a la magnífica cubierta vegetal de estas laderas del piedemonte pizarroso, posiblemente con el mejor quejigal (Rusco hypophili Querceto canariensis) de la provincia. En sus vaguadas se puede encontrar, debido al escaso manejo de este espacio, un nutrida flora de higrofitos y relícticos lauroides (Laurus nobilis) entre notables alisedas en el tramo junto al río (Arisaro Alnetum glutinosae).
Garganta del Algarrobo (Fotografía: Francisco José Vázquez Rojas)
En cuanto al uso de las aguas de estos pequeños valles intramontanos, hemos de advertir que la estructura de “teclas de piano” de las lomas de filitas y esquistos conforma en los fondos de vaguada espacios de sombra que dan lugar a una menor exposición a la luz solar: la extensión de los cultivos de huerta en esta parte de las corrientes se desarrolla a base de pequeños huertos en las incurvaciones más abrigadas, huertas mayores en las terrazas naturales y vegas con buena exposición, o bien sobre bancales, ya a partir de un azud y caz que sirve también a los ingenios hidráulicos, ya ladera arriba regados por manantiales. Estos riegos en los arroyos a media ladera son consecuencia precisamente de la inversión térmica, que los campesinos conocían de manera empírica, ya que en las zonas bajas de sombra los fenómenos de irradiación son causa de escarchadas y heladas frecuentes.
Ríos a Barlovento de la Sierra
Los ríos a barlovento de Sierra Bermeja son cortos y de poco caudal, aunque muy torrenciales dado el desnivel extremado que acusan sus perfiles. Destacan el Padrón, Guadalmansa con 0’9 m3/s de módulo, Guadalmina, con 0’9, y el Guadaiza, con 0’7. Los tres últimos se hallan interconectados con la Cuenca del río Verde por lo que sus aguas van a parar al embalse de la Concepción, siendo los únicos regulados de todo el macizo. Otros ríos menores bajan con características de rambla: Monterroso, Cala, Castor y Velerín, principalmente.
Estas pequeñas corrientes se encajonan entre las peridotitas y las rocas cristalinas del curso medio, y cuando aparecen los esporádicos filones de mármoles que contactan con la roca dominante se producen pequeñas angosturas fluviocársticas de sorprendente blancura, con rápidos, cascadas y charcas en forma de las típicas marmitas de gigante, donde el agua se aquieta en remansos y pozas casi turquesas, o se escurre veloz con su armonía sonora. En general, estos valles son bastante solitarios, y cuanto más arriba, la sensación de paz, de calma, de pureza del aire y del campo se acrecientan, como contraste a la masificación e hipertrofia de la Costa. Por ello se hace preciso el control de estos espacios, poner un freno a la especulación, pues es sabido que, una vez saturada la primera y segunda línea del litoral, un turismo residencial de lujo se abre paso buscando precisamente esa pureza y conservación que ya no hallan más abajo. Sierra Bermeja, en ese sentido, está gravemente amenazada, de ahí la necesidad de protección integral que se solicita desde el mundo científico y conservacionista, que exige con denuedo la declaración de Parque Nacional, dada la extraordinaria riqueza geobotánica y la extrema fragilidad del medio.
Cahorros del río Castor (Fotografía: Diego Rodríguez Martínez)
Río Guadalmansa
El Guadalmansa es el río más importante de este sector, aunque su recorrido inferior no es aconsejable a causa de la destrucción de sus riberas. Recomiendo soslayar este itinerario y a cambio subir hasta la cabecera, siguiendo la carretera San Pedro-Ronda, girando a la izquierda en el Puerto del Madroño por la pista que nos lleva hasta el lugar de “Las Allanadillas”, donde dominan los gneises alpujárrides. Tiene una longitud de unos 25 km, con casi 60 km2 de cuenca. Su módulo es de 0’9 m3/s, y su aportación absoluta cercana a los 27 Hm3. Nace a partir de los arroyos de Ballesteros, Raijana y Majada Grande, en las faldas al sur del Jardón, que es como una isla de rocas metamórficas en medio de las peridotitas, con alguna colada cuaternaria cultivada. Por el curso alto el agua se hace omnipresente en cada torrentera, con pequeños cursos y manantiales que bajan desde las cumbres, y que se deslizan casi ocultos por un gran espesor de higrofitos, un bioindicador de la gran humedad edáfica de las vertientes. La razón no es otra que la elevada pluviosidad de esta montaña, y sobre todo la influencia de los vientos de levante, que depositan en las cumbres y collados su manto neblinoso incluso en verano, dando lugar a una considerable criptoprecipitación o lluvia horizontal. Estamos ante un paisaje bravío y de lujurioso verdor, con las plantaciones de pinos insignes (Pinus Radiata), todo un éxito, aunque a costa de la vegetación potencial, el alcornocal, que sin embargo crece esporádicamente con ejemplares muy notables, el quejigal (Quercus canariensis), y el brezal y helechal, en cuyos calveros hallaremos prados de la carnívora atrapamoscas (Drosophilum lusitanicum), los más meridionales de Europa.
En las cumbres del Jardón se han catalogado pies de robles (Quercus pyrenaica), como criptoserie del Cityso triflorii-Querceto pyreanicae, asimilable a los hallados en el Puerto del Robledal, en el Alto Guadaiza. Además, entre estas formaciones se han plantado sobre los gneises masas nutridas de castaños, generando el espectáculo de estos bosques climácicos y plagioclimácicos que tapizan las laderas del cordal bermejense.
El Alto Guadalmansa es, pues, un inmenso y quebrado anfiteatro inscrito en la montaña bajo el azul de un cielo interrupto por los perfiles del Jardón y el Canalizo, hasta el esplendente mar acunado entre las últimas laderas que acodan al río. El bosque nos muestra una inmensa paleta de tonos y figuras. Aquí los pinos insignes recortando su airosa silueta en los interfluvios, allá el austero chaparral con quejigos, o un mínimo calvero verdeando con el brezal y el helechal, abajo, en las quebradas de sus tributarios (Majada Grande, Rancho Frío, Sanara) la inmensidad de los pinaster, y en medio de este complejo muestrario, el latigazo anaranjado de un castañar. Todo bajo el suave velo de los Levantes desdibujando los árboles y las rocas, con su luz difusa y suave, bajo la cual viven un aire siempre en movimiento y las aguas que reptan entre zarzas e higrofitos. Una montaña esencial y abierta hacia las profundas barrancas, ahíta de vida, salvaje e indómita en plenitud y fertilidad.
Río Guadalmina (Fotografía: Francisco José Vázquez Rojas)
Río Guadalmina
Hacia el este se desarrolla el pequeño e interesante Valle del Guadalmina. Justo desde mismo Puerto del Madroño, se contempla la parte alta del valle, y su encaje sobre los interfluvios de la Palmitera, al este, con Trincheruelas (1409 m) y las Encinetas (1437 m), y un cordal al oeste de amplias lomas que bajan escalonadas desde el cerro de Guaitará, al del Caballo y Puerto de la Mora, rondando o superando los 1000 metros de altitud, hasta descender bruscamente un Monte Mayor (578 m).
El Guadalmina en su conjunto se nos manifiesta, pues, como un valle estrecho y muy accidentado, avenado por la derecha con los arroyos del Perro y Cerro Gordo, y por la izquierda los del Cuervo y Cortina. Tiene un recorrido longitudinal en sentido NO-SE, aunque con algunos espacios meandriformes ya cerca del pueblo de Benahavís. La bravura de sus perfiles y la dificultad para atravesar los altos puertos diseñan un espacio muy cerrado, salvo hacia el sur. Sin embargo, en el tramo medio acusa fortísimas pendientes, no tanto en la ladera derecha, casi verticales en la de La Palmitera. Pero ese aspecto tan bravío se suaviza gracias a la extraordinaria cobertera vegetal, a base de un gran y continuado bosque de coníferas (Pinus pinaster) con coscojas (Quercus coccifera) y enebros (Juniperus oxycedrus), y un denso aulagar-jaral (Cistus ladanifer, Halimium atripliciflolium, Ulex baeticus, Phlomis purpurea), que extiende su verdor permanente sobre los suelos pardos y rojizos. En el curso bajo, un murallón de mármoles dolomíticos se alza frente a Benahavís, nutrido de encinas, algarrobos y sabinas, con ariscos farallones y un notable cañón fluviokárstico en las llamadas Angosturas. En contacto con los mármoles, las rocas silíceas son el solar de series del alcornocal-quejigal termomediterráneo (Myrto communis Querceto suberis), que puede ser recorrido gracias a un camino que transcurre por la vieja acequia de derivación para los riegos que se instalaron en las colonias agrícolas que se fundaran en el siglo XIX. Por último, la vegetación de ribera, ahora en regeneración tras la desaparición muchos de uso del pasado, donde domina generalmente una sauceda con brezales (Erico erigena-Salliceto pedicellatae), los adelfares (Erico terminalis-Nerieto oleandri), y los brezales con juncos.
El paisaje es puro gozo para el espectador: arriba, en la cabecera, verdean los montes de los gneises con el castañar, pero aguas abajo los perfiles se estrechan y elevan progresivamente; los picachos y cerros de la Sierra Palmitera se ven desde abajo como atalayas gigantescas, altos roquedales pardo-rojizos cuajados de pinos. Algo más suaves son las laderas de la derecha con los horizontes más ondulados, y los arroyos bajan menos raudos, aunque igualmente hendidos en las laderas.
Río Guadaiza (Fotografía: Óscar Gavira)
Río Guadaiza
Por último, el río Guadaiza puede recorrerse en sentido ascendente a partir de pistas partiendo de San Pedro de Alcántara. Recibe por su izquierda a los arroyos del Colmenar y el Meliche, y por la derecha al de Las Alberquillas. Como en el vecino Guadalmina, sus aguas van al pantano de La Concepción, de modo que el curso bajo aparece casi destruido en su vegetación de ribera, perdida entre las especies invasoras. No así en sus tramos medio y alto. Los micaesquistos alpujárrides forman una delgada lengua, rodeada a su vez por orlas de gneises donde el alcornocal y el quejigal (Myrto communis-Querceto suberis/ Quercetoso canariensis) dominan todo el espacio bajo las lomas de las peridotitas de la Palmitera, al oeste, las Apretaderas, al sureste, y las que aforan alrededor del Abanto (1508 m), al norte.
En general, la corriente se encaja en el roquedo metamórfico donde el bosque sólo cede ante los restos de las alquerías musulmanas, los caseríos y precarios y semiabandonados cultivos del Daidín y Las Máquinas, que ocupan dos potentes conos de deyección cuaternarios. En el río y su orillas la vida fluye sorprendentemente con una notable biodiversidad: bosque de ribera en forma de densas saucedas y brezales, con relictos de flora lauroide, como el lauredal (Laurus nobilis) del Daidín, y con la coexistencia en las vaguadas y laderas del alcornocal-quejigal con algunos pies de Abies pinsapo. Las aguas, raudas y permanentes, destilan pureza y verdor, saltando por entre los rápidos y pequeñas cascadas de los tributarios, que en las serpentinas nutren una notable sauceda con brezos (Erico erigena-Salicetum pedicellatae), y más abajo la rumorosa y sombría atmósfera de las riberas. Así, la casi totalidad del valle se ciñe al verdor de unas laderas en magnífica biostasia , que alterna los bosques de quercíneas con las formaciones de pinos negrales, alteradas en la cabecera por efecto de los incendios.
La mera descripción de estos espacios no debe ceñirse al valle estricto, sino que, siguiendo el curso de la pista forestal, se alcanzan las laderas del Cerro del Duque, en la vertiente oeste del Hoyo del Bote, afluente del río Verde, justo enfrente de la imponente Sierra Real, donde un extraordinario rodal de alcornoques y quejigos mesomediterráneos (Teucrio baetici-Querceto suberis / Quercetoso canariensis) forma la soberbia guardia de corps del árbol más singular de la provincia, el Castaño Santo, pues eso parece, una criatura no de este mundo, perdida en aquellas soledades de descomunales arboledas. Más arriba, alcanzaremos el Abanto y el Puerto del Robledal, con sus relictos de Quercus pyrenaica, ya casi en el severo contacto, desolado y gris, de las sierras calcáreas aledañas a la Fuenfría, al otro lado de las peridotitas y los gneises que dan forma a la salvaje y áspera “Umbría de Guadaiza”.
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