Los Reales de Sierra Bermeja (Fotografía: Rafael Galán García)

La montaña mediterránea, una cultura amenazada. Cap. 3: La montaña protectora

Recuperamos este artículo de José Antonio Castillo Rodríguez, doctor en Geografía, publicado en diciembre de 2022 en la revista Visión Natural. Lo dividimos en esta ocasión en cuatro capítulos para facilitar su lectura. Cuando se dice que necesitamos un cambio hacia una economía más sostenible, que funcione tanto para las personas como para el planeta, nosotros ponemos el foco en lo local, en la montaña mediterránea: un cultura amenazada.

La montaña mediterránea, una cultura amenazada

Con el presente trabajo pretendemos demostrar cómo los espacios naturales y humanos de las serranías mediterráneas se hallan en un creciente e imparable proceso de deterioro ambiental y despoblación. De un lado, las crisis sistémicas de las culturas de vertiente han propiciado el abandono de los campos y un vaciado de las cohortes jóvenes y maduras, con el corolario de un imparable envejecimiento. De otro, también han aumentado los riesgos de desaparición de numerosos ecosistemas de montaña, a causa precisamente de esta despoblación y del abandono consecuente de los usos silvoforestales que regulaban los procesos de esos espacios. Como campo de estudio hemos escogido las Serranías Penibéticas, el más cercano paradigma en este dramático proceso de despoblación y abandono.
José Antonio Castillo Rodríguez

3. La “Montaña Protectora”

En el año 2017 acuñamos este término para describir las cualidades y bienes del territorio montañoso para con su piedemonte costero y de las llanuras, y para exigir la necesidad de preservar sus valiosos paisajes y a los hombres que en ellos viven como garantía de futuro. El gran arco penibético que, sin solución de continuidad, se extiende desde Gibraltar hasta Murcia viene a ser una formidable barrera climática contra los fríos norteños, a la par que una pantalla orográfica que sirve de gran condensador a las precipitaciones provenientes del O y SO, por elevación y exposición. De ello deriva un mesoclima subtropical mediterráneo en el litoral, que alivia los rigores del invierno y suaviza los del verano, a la par que propicia precipitaciones, más frecuentes en la línea costera cuanto más al oeste. En la montaña las temperaturas decrecen según el gradiente, hasta culminar en los termoclimas oro y crioromedierráneo en las más altas sierras, y los ombroclimas se circunscriben desde el árido al suhhúmedo en las zonas oriental y central, predominando el húmedo e hiperhúmedo en la occidental. El roquedo es, por su parte, de una gran variedad, con espacios muy singulares, como la gran intrusión de peridotitas en Sierra Bermeja y sus apéndices. Destacan una tectónica típicamente alpina y una estructura y morfología que dan lugar a acusados contrastes de exposición.

Clima, relieve y suelos animan la abundancia y reserva de aguas de una parte, y de otra la implantación y desarrollo de numerosas y muy valiosas comunidades vegetales que, favorecidas por la singular encrucijada geográfica de Alborán y los gradientes orográficos, albergan numerosos endemismos con taxones y ecosistemas propios de las regiones Eurosiberiana, Mediterránea y Macaronésica. Esos mismos factores fundamentaron la vida de los hombres quienes, a lo largo de la Historia, colonizaron esa montaña, acrecentando su biodiversidad y regulando sus funciones con usos y modelos cercanos, por lo arcaicos, a la más estricta ecología, dando lugar a esos paisajes culturales de los que hablábamos al principio.

Pastoreando en Casares (Fotografía: Monovision studio)

La ancestral adaptación del hombre a estos espacios serranos dio lugar, pues, a unos paisajes singulares, muy adaptados a un medio las más de las veces bastante hostil por las dificultades de la explotación de la tierra, aunque fuera preservada en gran medida su riqueza natural. Pero como se ha dicho, no se produce un grado igual de ocupación del espacio, mucho mayor en los casos de las zonas oriental y central de Alborán, y más equilibrado en la occidental, aunque en cualquiera de los casos se trataba de una montaña viva y en plenitud, en suma, de un territorio en equilibrio. Sin esta ocupación y esta explotación, la Montaña Mediterránea, tal como la entendemos, no hubiera sido posible. Y es fácil deducir al mismo tiempo que, sin esa montaña, la vida en la franja litoral hubiera sido otra bien distinta.

Incendios naturales, erosión, superpoblación de especies y densificación, y esto vale también para la fauna, hubieran dado lugar a unos paisajes seguramente más pobres, con menor biodiversidad. Las consecuencias del fin de las actividades humanas ya las estamos viendo con los incendios devastadores sin freno ni control, el abandono de las explotaciones, el derrumbe de balates y caces, las ruinas de molinos, cortijos de sierra y lagares, los pueblos semivacíos, etcétera. Durante miles de años, las arriscadas orillas del Mare Nostrum han sido el hogar de cientos de etnias que han vivido por, para y en esta Montaña. Sin las actuaciones de estos pobladores, sin el desarrollo de esta cultura, nada hubiera sido posible, nada hubiera sido igual.

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Puede leerse el artículo publicado en papel. con la maquetación, las fotografías y las referencias bibliográficas originales, en este enlace.

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