Recuperamos este artículo de José Antonio Castillo Rodríguez, doctor en Geografía, publicado en diciembre de 2022 en la revista Visión Natural. Lo dividimos en esta ocasión en cuatro capítulos para facilitar su lectura. Cuando se dice que necesitamos un cambio hacia una economía más sostenible, que funcione tanto para las personas como para el planeta, nosotros ponemos el foco en lo local, en la montaña mediterránea: un cultura amenazada.
La montaña mediterránea, una cultura amenazada
- Capítulo 1. La cultura de las vertientes
- Capítulo 2. El fin del equilibrio. La crisis de la agricultura de montaña a partir de los años cincuenta del siglo XX.
- Capítulo 3. La montaña protectora
- Capítulo 4. ¿Qué hacer?
Con el presente trabajo pretendemos demostrar cómo los espacios naturales y humanos de las serranías mediterráneas se hallan en un creciente e imparable proceso de deterioro ambiental y despoblación. De un lado, las crisis sistémicas de las culturas de vertiente han propiciado el abandono de los campos y un vaciado de las cohortes jóvenes y maduras, con el corolario de un imparable envejecimiento. De otro, también han aumentado los riesgos de desaparición de numerosos ecosistemas de montaña, a causa precisamente de esta despoblación y del abandono consecuente de los usos silvoforestales que regulaban los procesos de esos espacios. Como campo de estudio hemos escogido las Serranías Penibéticas, el más cercano paradigma en este dramático proceso de despoblación y abandono.
4. ¿Qué hacer?
A modo de conclusión, advertiremos en primer lugar que la respuesta no está en quienes aún la habitan, sino en quienes obtienen de ella beneficios intangibles, aunque también imprescindibles para su calidad de vida. Me refiero a los habitantes de ese privilegiado lugar que es la costa penibética. Ellos disfrutan de un bienestar climático envidiable, como hemos dicho, y no solo para la población humana y el ocio, sino también para la instalación de cultivos de altos rendimientos y gran valor añadido. Usan de las aguas que beben y de las que necesitan sus industrias, invernaderos, frutos tropicales, hoteles, campos de golf o riegan sus jardines; de la generosidad de ese gran pulmón purificador de las arboledas, de los productos de proximidad que aún desarrollan, de los paisajes culturales y de una naturaleza en plenitud, fuente de contemplación estética, que son su alternativa.
Sin la montaña de esos cercanos horizontes otra hubiera sido la vida en el litoral, y algunas cosas actuales serían, sencillamente, imposibles. Es, pues, la hora de mirar hacia esos horizontes y de pensar en hacer algo por una tierra que tanto da sin pedir nada a cambio. No se trata de volver al pasado, a ese pretendido paraíso rural idealizado que algunos pretenden resucitar, porque sería una utopía, un imposible. Lo que se necesita no es sostener población subvencionada, o convertir a los pueblos en grandes geriátricos. Lo que urge es devolver la dignidad a esos hombres y mujeres que necesitan sentirse útiles sin abandonar la tierra en que nacieron. Hacen falta proyectos, iniciativas e inversiones productivas. Hacen falta ideas nuevas que saquen de la resignación y la rutina a estas pequeñas comunidades rurales.
Ganadería extensiva (Fotografía: Daniel Blanco Clement)
En cuanto al monte, si no es posible recuperar los viejos usos, ¿por qué no adecuar su riqueza a las nuevas demandas? Resucitar la ganadería extensiva no es utópico, por cuanto la calidad de la producción es incomparable. Fallan los rendimientos, de modo que se hacen precisas ayudas y ventajas para esta actividad: se ha demostrado que el desbroce manual es diez veces más caro que el que se realiza a través de un rebaño, con la adecuada carga ganadera, sobre una misma extensión de monte. Por otra parte, si ya no hay carboneo o acopio de combustible para caleras, hornos, ingenios o alambiques, los desbroces, podas y entresacas deberían servir de biomasa ¿Cómo no aprovechar esta biomasa para la fabricación de biocombustibles, que además podrían procesarse en el lugar, tan necesitado por lo general de puestos de trabajo?
El turismo de montaña, ya consolidado desde la puesta en marcha de las iniciativas europeas durante la década de los 90, debe ser apoyado con nuevas propuestas e infraestructuras públicas que atraigan y hagan factibles las llegadas y estancias. En este sentido hay que potenciar los numerosos hitos con que cuenta esta montaña, cuajada de Parques y espacios naturales de diversa índole, Reservas de la Biosfera y dos Parques Nacionales.
Es preciso fomentar y conceder ayudas y ventajas fiscales a toda iniciativa dirigida a la recuperación de las especies ganaderas autóctonas, de semillas y frutos, de las viejas técnicas agrarias, en las líneas dictadas desde la más estricta producción ecológica.
Por último, también es necesaria la mejora generalizada de infraestructuras, de las comunicaciones, fibra, conectividad y equipamientos que hagan posible la implantación de empresas y del teletrabajo. La gran calidad ambiental, las más favorables condiciones económicas para vivir, y las posibles ventajas fiscales harían el resto.
Por lo tanto, hay que dignificar la montaña, hay que mantener su vida y la de sus hombres y mujeres. Hay que atraer nuevos pobladores. Hay que poner en marcha iniciativas, planes de recuperación de paisajes, cuidar y regenerar las aguas, fomentar la acción empresarial basada en la producción interior (lácteos, conservas, chacinas, frutos secos, lana, madera, corcha, resinas, biocombustibles), introducir nuevos cultivos sobre la base de la sostenibilidad de los antiguos, como se ha hecho con el vino en algunas zonas con notable éxito. En síntesis, hay que invertir en este territorio, desterrando de una vez por toda esa perversión de la subvención o limosna, y establecer así un justo pago a todo lo que nuestra montaña nos ofrece de manera tan útil, generosa y gratuita.
Incendio de Sierra Bermeja del 8/sept/2021. Afección al pinsapar de Los Reales (Fotografía: Andrés V. Pérez Latorre)
No hay tiempo que perder, pues las consecuencias de tanto abandono serán irreversibles. Es nuestra responsabilidad legar a las generaciones que nos han de seguir los restos de esta cultura, al igual que nos empeñamos en dejarles las imperecederas obras del arte y del pensamiento humano. Y hay que educar en esta responsabilidad, tanto a los que viven en los valles como a los que se benefician de sus dones. Mañana será tarde, y a la espantosa luz de los recurrentes incendios de ahora, veremos como la erosión y la consecuente desertización se cebarán sobre las laderas, y más tarde seremos testigos impotentes de la lenta desaparición de pueblos y aldeas. Una hecatombe ecológica y humana en el lugar donde antes convivían de manera admirable el hombre y la tierra que le daba el sustento.
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